En la región selvática de Chiapas se asentó, a orillas del lago Miramar, una
comunidad maya, quienes instalaron un centro ceremonial en una isla llamada
Lacan-Tun (piedra grande o peñón). Los españoles llamaron a esta comunidad
"los de Lacantún". Con el tiempo el vocablo fue derivando en Lacandón
hasta llegar al de lacandones.
La riqueza cultural de los mayas luce esplendorosa, oculta
en la espesura de la selva, donde construyeron diversas ciudades y se
originaron bellas leyendas que
han compartido tiempo y espacio.
La creación del mundo
Los lacandones -antes y ahora- comparten la selva con
extraordinarios seres, hombrecitos juguetones, traviesos y escurridizos: los
aluxes. Su historia es ésta.
Cuenta la leyenda que en tiempos remotos estaban los dioses creando
a las criaturas que poblarían el mundo. Afanosos y dedicados, era mucho el
trabajo por realizar, así que dejaron a medio hacer unos muñequitos muy
pequeños, que les estaban costando mucho esfuerzo terminar, hasta les habían
puesto los pies volteados. Eran los aluxes.
Tan difícil estaba siendo para los dioses crear estos
muñequitos que decidieron ocuparse en los colores de las plumas del quetzal,
las manchas del jaguar, el rugido de los monos, entre otras tareas de su
creación.
Escape del cielo
Así, incompletos estos seres, los dioses les advirtieron a
los aluxes que no debían escapar del cielo, que si llegaban al mundo y les daba
la luz del sol, se convertirían en piedra para siempre. Sin embargo estas
extrañas criaturas no obedecieron y de noche se escaparon a conocer el mundo, a
escondidas de sus creadores. Estaban seguros de regresar antes de que se
asomaran las primeras luces del alba, para evitar que los rayos del sol los
tocaran. Pero era tanta su algarabía de conocer el mundo y trepar las lianas de
la selva, recostándose en las hojas de los platanares, escondiéndose entre la
maleza o sumergiéndose en las cristalinas aguas de las lagunas, que no se
percataron que amanecía, no pudieron regresar al cielo y quedaron atrapados en
el mundo.
Escondidos en la selva, querían regresar al cielo
Antes de que el sol los convirtiera en piedra, corrieron a
esconderse dentro del tronco de una ceiba, protegiéndose de la luz. Así, todos
los días permanecían ocultos y por la noche salían de su escondite para
construir a la luz de la luna pirámides, pues tenían el propósito de acercarse
al cielo para ser escuchados por los dioses. Querían suplicarles que les
perdonaran por su desobediencia y les permitieran regresar. Noche a noche
durante años, trabajaban los aluxes; sus pirámides crecían cada vez más y se
acercaban al cielo.
¡Se convirtieron en piedra!
Todos esos años de trabajo fueron observados por los dioses
sin que los aluxes lo supieran.
Una madrugada, los aluxes se quedaron platicando muy
contentos, recargados en las pirámides. Tan interesante era su charla que sin
darse cuenta... salió el sol y los tocó con sus rayos. ¡Se convirtieron en
piedra!
Cuentan que las figuras que se ven en las pirámides
lacandonas son esos aluxes que se distrajeron y se quedaron pegados a las pirámides.
Los dioses vieron todo esto y quedaron muy tristes, pues
extrañaban la algarabía y entusiasmo de los aluxes, por lo cual decidieron
perdonarlos un poco: decidieron que los aluxes cobrarían vida a la luz de la
luna, es decir, por las noches, y en el día volverían a convertirse en piedra.
Noches de travesuras en la selva lacandona
A partir de entonces, las noches en la selva son ruidosas,
con risas y cantos de los aluxes, que se divierten haciendo infinidad de juegos
y travesuras. Mecen las hamacas y mueven todos los objetos que se les ocurren,
esconden cosas a las personas, les avientan objetos cuando están dormidos, o
soplan en la nuca a los viajeros. La gente intenta mil formas de atraparlos
para dejar de ser víctimas de sus bromas, sin embargo los aluxes huyen con
facilidad, pues tienen los pies al revés. Dejan sus huellas en el camino y
quienes los persiguen, siguen esas huellas y en lugar de alcanzarlos se alejan
más de ellos, porque con los pies volteados los aluxes caminan en sentido
contrario.
Seres bondadosos o malignos
Dicen los indígenas lacandones que si se es bondadoso con
los aluxes, obsequiándoles golosinas, comida o una fogata, se tiene asegurado
el porvenir, pues cuidarán de la casa o de la siembra. Por el contrario, si se
piensa que son malos y se trata de ahuyentarlos, los aluxes molestarán
indefinidamente a esa persona y perturbarán su descanso y tranquilidad. ¿Verdad
o mentira? Lo cierto es que esta bella leyenda maya le
agrega un toque de misticismo y encanto a la belleza de la selva y cautiva de
tal forma que al visitar las pirámides lacandonas la experiencia toma
dimensiones mágicas.
Si algún día visita este lugar, se acerca a las pirámides y
siente que una ligera brisa que le toca el rostro, tal vez sean los aluxes que
están cerca de usted, respirando pausadamente para hacerle saber que le
acompañan en su visita a la selva lacandona.
Entre los duendes más conocidos y respetados del
subcontinente norteamericano, más precisamente en México, de donde son
originarios, se encuentran los aluxes, distribuidos particularmente en el
territorio que fuera dominio maya, conocido como "El Mayab", que
abarcaba la península del Yucatán y todo el sur de México, extendiéndose hasta
gran parte de los vecinos países de Bélice y Guatemala.
Al igual que la mayor parte de los duendes, los aluxes son de una estatura muy
baja, pero, en cambio, están perfectamente proporcionados y sus facciones y el
color de su tez, tanto en los hombres como en las mujeres, son muy similares a
las de los nativos de la región. Su comportamiento con los seres humanos es
cordial, aunque en ocasiones ponen trampas o juegan bromas pesadas a los que se
atreven a cruzar por sus dominios.
Acerca del origen de los aluxes, una leyenda difundida en todo el Yucatán,
especialmente en la región de Uxmal afirma que: …en una época inconcebible para
el hombre, se produjo una terrible contienda entre una poderosa diosa benévola,
de nombre Yaxchel, y un demonio maligno llamado Tixmahuac, que quería imponer
su tiránica voluntad al Universo entero. En una terrible batalla, que duró
eones, logró derrotarlo y matarlo, liberando de esa forma a los aluxes, a
quienes Tixmahuac tenía como esclavos.
En agradecimiento por haberlos liberado, los duendes le ofrendaron a la diosa
un huevo gigante, al cual ella cuidó e incluso incubó con el propio calor de su
cuerpo. El proceso siguió su curso, y a los veintiún días surgió del huevo una
extraña criatura, que parecía una copia diminuta de un hombre. Yaxchel, la
diosa, lo adoptó como un hijo, esperando que creciera, pero el niño conservó
por siempre el aspecto y el tamaño con los que había nacido.
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