lunes, 9 de marzo de 2015

Ostara...

Nos acercamos al equinoccio de primavera. Para muchos de los que estamos aqui , como también es mi caso, este equinoccio marca un nuevo ciclo también en lo personal. Unas cosas murieron tiempo atrás y otras tienen ganas de nacer a partir de ahora. Con dicho simbolismo, os dejo una breve exposicion de este Alban Eilir-Elaris Alba.
Equinoccio de Primavera
Ostara, Oestre, Eostre, Eastre, Alban Eilir o Eiler, Elaris Alba, Alban Talamonos, Mean Earraigh, Esracos, Satios, Sul Bleuniou/Sul ar Vleuniou (breton), estos algunos de los nombres más frecuentes que se dan a este momento álgido del ciclo anual entre las diversas tradiciones druídicas y paganas.
Es el momento del ciclo anual en el que la luz empieza a dominar a la oscuridad. De todos estos nombres, algunos druidicos, llaman a esta festividad como Alban Eilir, que es el nombre más extendido y conocido.
Eilir se traduce como regeneración pero poéticamente se transcribe como “Luz de la Tierra”, un término introducido y probablemente inventado por Iolo Morganwg en el siglo XVIII o XIX, en pleno apogeo del Meso-Druidismo, que es como algunos escritores califican al resurgimiento druídico de esta época.
Algunas órdenes que siguen la tradición druídica gálica, celebran y nombran a este equinoccio como “Elaris Alba”, festejando al unísono la conmemoración del legendario Maestro Druida, conocido como Semias o Semios, que según el Libro de las Invasiones llegó desde Murias o Moria (Maritima) ubicada en el Este mítico, de donde también proviene el mágico caldero de la abundancia de Dagodevos (El Dagdah)
La palabra equinoccio proviene del latín, de "euqus" que significa; igual y "nox" que se traduce como noche. Se llamó así ya antiguamente, porque la noche de esa jornada tiene la misma duración que su día.
Se conoce con la denominación de equinoccio a cualquiera de los dos momentos en el año en los que el sol se coloca exactamente por encima del ecuador celeste y la longitud del día y de la noche son idénticas. Las causas de las estaciones del año se producen cuando el eje de rotación de la tierra se inclina respecto a su plano orbital.
El equinoccio de primavera también llamado vernal, que en el hemisferio Norte del planeta, coincide con el inicio de la estación que lleva su nombre, sucede entre el 20-21 de marzo, cuando el sol se mueve hacia el norte sobre la línea del ecuador celeste. En los equinoccios el sol sale exactamente por el punto cardinal del Este.
El equinoccio de otoño ocurre alrededor del 23 de septiembre, cuando el sol cruza el plano del ecuador celeste en su movimiento hacia el sur. Debido a los ajustes de fechas por las duraciones distintas de los años gregorianos, a lo cual se debe la inserción cada cuatro años de uno bisiesto, la hora exacta del equinoccio varía de un año a otro.
Sin embargo no existe, una clara comprobación de que los celtas y como consecuencia sus druidas, le dieran una trascendencia específica a los equinoccios.
La mayoría de costumbres y ritos asociados a un concepto de Primavera céltico-druídico se dirigieron hacia las festividades de Imbolc, que es la época del comienzo de ésta en las antiguas costumbres druídicas o hacia Beltane, que es su culminación y además, pasaje hacia el Verano Celta y hacia el modo Samos de la mitad del ciclo.
A pesar de estas evidencias, se debe indicar que al menos durante los últimos mil años, la celebración de los dos equinoccios y de los dos solsticios, han llegado a introducirse en la actividad ritual en la renovación primaveral del Mundo pagano y consecuentemente, también en el Druidismo.
También es digno de reseñar que ciertas costumbres germánicas, especialmente de los teutones, tribu muy celtizada en sus tradiciones, con su diosa “Eastre” u “Ostara” diosa lunar de la primavera y la nueva vida, han influido notablemente en los pensamientos y rituales druídicos.
(Eastre significa movimiento hacia el sol naciente y del él se derivan la palabra Este y otras relacionadas directamente con lo femenino)
Incluso, puede haber ocurrido que las influencias del Imperio Romano, hayan intervenido en la celebración druídica de este equinoccio cuando romanizaron las Galias, Celtiberia y buena parte de Britania y otras zonas celtas de Europa.
Sea como fuere, la cuestión es que la estación y la festividad con sus ritos, se ha instalado fuertemente en los rituales druídicos y muchas agrupaciones y congregaciones druídicas lo festejan, como parte del ciclo de la rueda anual. A pesar de ello, hemos de tener en cuenta, que no es una festividad considerada mayor, como Imbolc o las otras tres: Beltane, Lughnasadh o Samhain.
Desde luego esta consideración por sí sola, no sería un fundamento espiritual suficiente para celebrarla, pues resultaría un argumento pobre para ensalzar esta estación al estilo céltico-druídico, pero se puede complementar desde las propias esencias espirituales que resulten adecuadas a este punto.
Efectivamente, dicho suceso específico de la estación primaveral, se puede experimentar en el propio organismo humano, en la mente de las personas y en el ánimo espiritual del ser, convirtiéndose un equinoccio, en una oportunidad para poder equilibrar en dicho lapso de tiempo, el ser completo, en similitud a como se iguala la noche con el día.
Y ya que el cielo se equilibra con la Tierra, es también momento oportuno y adecuado para buscar el equilibrio entre la naturaleza y la ciencia, entre el Macrocosmos y el microcosmos, entre la espiritualidad y la materialidad, entre la razón y la intuición.
En las concepciones druídicas, la Madre Naturaleza es un factor determinante en las acciones que se realizan. Tanto el agua, la tierra como el sol son elementos generadores de vida. Por ello, no está en desarmonía con las esencias y convicciones druídicas, celebrar los equinoccios y solsticios, como practican muchas órdenes druídicas hoy en día, que los tienen en consideración y los admiten con respeto en sus rituales cíclicos.
El movimiento del Sol, exactamente de Este a Oeste, fue utilizado antaño para orientar templos y altares, pues los rayos solares pueden conducirse para llegar a un punto determinado, canalizándolos por una estrecha abertura en la roca o paredes. De una manera semejante están colocadas las grandes rocas monolíticas en el templo u observatorio astronómico de Stonehenge, en Inglaterra y en otros lugares como en el Egipto Antiguo, donde la construcción de la Gran Esfinge apunta directamente al lugar donde nace el Sol, el día del Equinoccio. Lo mismo que ocurre en la cultura maya, en Chichen Itzá.
Los druidas de antaño, tomaron como referencia igualmente el Este en sus rituales diurnos, es decir, la salida del sol. El Druida se colocaba de cara al sol, hacia el Este. A su espalda quedaba la sombra, la noche, el Mundo Invisible, el Otro Mundo, todo ello asociado al Oeste. A su izquierda se hallaba el Norte, que se vinculaba por su ubicación geográfica, al frío, al hielo, a la nieve. A su derecha quedaba el calor, el flanco resplandeciente, el punto álgido del sol, en referencia al Sur.
Por otra parte conocer el inicio de este cambio estacional, fue importante para los agricultores de las zonas celtas más templadas como las de la antigua Celtiberia, o las del Sur de la Galia, puesto que esta época ya daba una cierta confianza en que no caería una nevada y entonces, se podía cultivar la tierra sin correr el riesgo de perder las cosechas.
Se puede considerar pues, con dicho equinoccio, que nos hallamos justo en la mitad de una conceptual primavera celta, que comenzó en Imbolc, cruzando la barrera final que nos acerca a Beltane, a Samos, a la mitad luminosa del ciclo anual celta.
A partir de ahora la victoria de la Luz ya está asegurada y sólo nos resta un pequeño esfuerzo más, en nuestro camino radiante y seguro hacia la cumbre última de la llegada del Verano o período Samos del ciclo anual.
Hasta llegar a Beltane cada día que pasa, nos traerá nuevas señales de este triunfo de la Luz. Las flores de primavera florecen, dando la bienvenida a los rayos solares cada vez más enérgicos y muchos árboles manifiestan sus impulsos, en nuevas y floridas ramas con sus nuevos frutos.
Alban Eiler, marca el punto culminante de los bríos y alientos primaverales que se iniciaron en Imbolc, para ir creciendo paulatinamente.
En este período es tangible y visible el renacimiento, pues comienzan los juegos y ritos de fertilidad de los animales e innumerables flores cubren ya árboles, jardines y campos.
La aún temporal promesa de crecimiento que se obtenía de Brigit en Imbolc, ahora se cumple tácitamente, pues la Rueda cíclica sigue girando y la Naturaleza empieza a manifestar su exuberancia entre la fauna y la flora.
A este respecto es de reseñar que existen dos animales totémicos vinculados a este período primaveral como son el conejo y la liebre.
Tanto uno como otro, son animales relacionados con el astro lunar, pues tienen una avenencia peculiar con la luna, y por tanto, con la regeneración, con el renacimiento y con el eterno retorno.
Ambos animales son símbolos venerables del dinamismo, de la fecundidad y de la fuerza vital que exhiben, así como del deseo sexual, o como se suele decir popularmente, de la “fiebre de primavera”. No en balde la liebre y el conejo, son dos de los animales más prolíficos que existen y su popularidad se debe a esa conducta reproductora natural, ya que su gestación dura cerca de un mes y suele ser el primer animal que tiene su primera camada en primavera, y seguirá teniendo cada mes una, a lo largo del ciclo de la rueda anual. Así pues la profusión de estos roedores orejudos, es manifiesta.
En Egipto, China, Grecia y Roma, tuvieron una opinión parecida concerniente a las liebres, y también se constata que la diosa germánica y teutona Ostara-Eostre, tiene su Liebre asociada.
Una leyenda cuenta que dicha diosa, rescató a un pájaro cuyas alas se habían congelado durante el invierno y, para calentarlo, lo convirtió en conejo, lo que dio como resultado un conejo que ponía huevos una vez al año. Desde ese cuento junto a otras tradiciones y leyendas paganas, nace la historia, según se dice, de los actuales huevos, ahora de chocolate, del conejo de Pascua.
Los actuales huevos, de chocolate mayoritariamente, que disfrutan infantes y adultos, no deberían ser contemplados y digeridos solo como meras golosinas para satisfacer una glotonería en aumento entre nuestra población. Deberían recordarnos también, como símbolos que son, la nueva vida que puede surgir una vez más de la oscuridad de un huevo, de la oscuridad de una vaina de legumbre, de la oscuridad de la matriz de cualquier hembra, humana o animal.
Un huevo representa vida. Un huevo representa el Huevo Cósmico, una unidad concentrada, donde convergen muchas energías y esperanzas. Un huevo es un ciclo, un ciclo de vida, pues de un huevo, surgirá un ser, que tanto si es macho como si es hembra, producirá o fertilizará un nuevo huevo, renovando el curso de la Existencia.
Sería congruente observar en esta alegoría, que el huevo es la siguiente etapa cíclica de nuestra propia supervivencia, tal y como nuestros antepasados nos enseñaron.
La yema, que como un sol derramado se contempla cuando se expande fuera de la cáscara, fue un obsequio de la Madre Naturaleza, cuando antaño los víveres escaseaban. Así pues, no sería en balde, regalar un huevo en el equinoccio de primavera, sea de chocolate o de otro alimento, a las personas de nuestro entorno, esperando comprendan la simbología que contiene y lo que se pretende expresar.
Estos momentos, son también idóneos para los cortejos, que alcanzaran su culminación posteriormente con las energías de Beltane.
A partir de este momento, los planes ideados durante los meses de frío y los progresos anímicos que nuestros espíritus han forjado en el amparo de la oscuridad, ya se podrán exteriorizar para hacerlos prosperar, de la misma manera como la luminosidad va progresando paulatinamente.
Es un período también adecuado para honrar a Cernunnos, la divinidad gala astada, Señor de los Animales y Señor de los bosques, con el firme propósito de colaborar con nuestra energética intención, al retorno de la lozanía en las praderas, y de todo lo agreste.
Ésta es la Luna Llena del mes de los ciervos. Dícese así, pues los hábitos de éstos son generalmente, crepusculares y nocturnos. En estas épocas, a últimos de marzo del calendario gregoriano, el ciervo sufre la pérdida de las astas. Pocos días después, comenzará a crecer su nueva cornamenta.
Un indicio natural más de las renovaciones que nos propone este período de Alban Eiler o La Luz de la Tierra.
En las tradiciones insulares druídicas del oeste europeo, cobra más relevancia la veneración al joven Dios celta Oengus Mac Og, el que tiene un arpa con la que hace una música irresistible, y sus besos se convierten en pájaros que llevan mensajes de amor.
Es en este tiempo, cuando se deben bendecir las semillas para la siembra, y todo aquel alimento que tras arduo trabajo, tanto propio como de la misma Tierra, pueda restituirse para complacerse con ellos.
En nuestras sociedades consumistas de hoy, especialmente en el llamado Primer Mundo, en aquellos países que se consideran tienen sociedades del bienestar, se puede, en mayor o en menor grado, expulsar al espectro del hambre de las vidas de los individuos, pero existen otros pueblos y familias de esta misma Tierra que nos cobija, que nos abriga y que nos ofrece abiertamente su alimento, que aún pasan hambre, sed y carencias de todo tipo, debido a esquemas sociales absurdos y codiciosos o demasiados interesados y monopólicos de los propios gobiernos o de empresas foráneas poderosas.
Pero en realidad, la frontera actual, que divide las naciones saciadas de las hambrientas, no es tan infranqueable.
En cualquier momento una nación, puede pasar, momentos o períodos de crisis.
Nuestros semejantes del continente americano, entre otros, saben mucho de ello, y han padeciendo en ellos mismos, en sus hijos, en sus parientes, en sus bienes y en sus animales, distintas carencias vitales.
Es pues, llegado el momento de esta festividad cuando cobra una especial relevancia y sentido en nuestros deseos, aspirar y anhelar un Mundo, donde la riqueza natural esté mejor distribuida.
El deseo del fin de la sed y el hambre en el planeta, es un ejercicio de conciencia. Un pensamiento de solidaridad que se proyecta hacia todos aquellos que pasan penurias, sean hombres o animales, y hacia todos aquellos que desafortunadamente, las pasarán en el futuro.
Nuestros antepasados celtas, ponían especial vehemencia en muchos de los rituales que practicaban, en la fertilidad de sus propias mujeres y hombres, en la fecundidad de los animales, en la productividad de los campos y en la profusión de sus cosechas, pues se trataba de una cuestión esencial de supervivencia de su grupo, tribu o clan.
Antaño, si las ovejas para Imbolc no daban leche, era porque no habían quedado preñadas y esto en aquella época sólo podía indicar que eran estériles y, por tanto, una amenaza, o al menos, un problema para un grupo con cohesión. Si las aves, empezando ya después del propio Imbolc, no ponían sus huevos y no alcanzaban sus mayores puestas para el equinoccio, se preveía una escasez problemática, un alargamiento del período frío y nuevas limitaciones, pues además, de no poder disponer de los huevos de aves amansadas, también habría insuficiencia de caza o de huevos silvestres.
Por último, en esta festividad se recuerda aunque sea sucintamente al Dios Lugh. Dicha Divinidad, Dios de la Luz, releva al Dios de la Oscuridad, según el libro galés de cuentos juveniles el “Mabinogion”.
En dicho manuscrito, donde se encuentran porciones de la cultura ancestral celta de esa zona, aunque muchos pasajes se hallan ya influenciados por Cristianismo, Llew Llaw Gyffes, versión galesa del Dios Lug/Lugos de toda el área céltico-druídica, Dios del Sol Invicto renacido en el solsticio hiemal, que es un punto de máxima inflexión cíclica llamado entre los druidas contemporáneos, “Alban Arthan”, vence a Goronwy su rival, con su lanza de luz, al estar ya lo suficientemente vigoroso para derrotarlo.

EXtracto del libro "Ciclos Naturales y Druidismo". ISBN;978-1-4716-3291-4-9000. Autor: Iolair Faol 
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